El Maestro Saint Germain en su libro Manifestar los poderes espirituales, canalizado a través de Pierre Lessard, nos enseña cómo debemos hacer para poder manifestar nuestros Poderes Espirituales, dones que nos han sido dados por el Creador al hacernos a Su imagen y semejanza. El Maestro habla de tres Poderes: el Poder de Sanación, El Poder de Creación o de Manifestación y el Poder de Comunicación y de Proyección con y hacia los mundos más sutiles.
El Poder de Sanación
Al respecto nos dice que la célula original, maestra, lleva en sí el conocimiento del Universo, las vibraciones del alma y el poder de reproducirse y manifestar un vehículo terrestre acompañado de todos sus cuerpos sutiles. Si el Ser se ha creado, es capaz, lógicamente de recrearse y de transformar todo lo que no está equilibrado en él. Tiene, además, el poder de transformar todas sus fuentes nutritivas para que éstas respondan perfectamente a las necesidades de su evolución física y sutil.
Pero para que esto sea posible, primero debemos identificar la fuente de nuestros desequilibrios. Si tenemos la capacidad de sanarnos significa que no solamente podemos estimular la regeneración sino también eliminar lo que provoca la degeneración.
La autosanación es un verdadero proceso de transmutación del desequilibrio físico, emocional y mental, mediante la disolución de las fuentes o causas o condiciones que provocan esos desequilibrios.
El poder de Creación o de Manifestación
El ser tiene la facultad de atraer a su vida y a su entorno (para él y para la humanidad) todo lo que favorece el equilibrio, la armonía, la alegría y el amor. Él es una fuerza energética que crea naturalmente todo cuanto existe en su vida. El reconocimiento de su papel de actor-creador y la desidentificación con su personaje víctima de la encarnación le permitirán no sólo gozar de la abundancia en la vida, sino también colaborar en la creación de una obra común terrestre y cósmica.
El poder de comunicación y de proyección
Es la facultad que como seres humanos tenemos de entablar relaciones conscientes con todas las formas de vida, terrestres y sutiles.
O sea que más allá del lenguaje corporal y verbal, el ser humano tiene el poder de comunicarse mediante el espíritu. No solo puede transmitir sus pensamientos y captar los que circulan a su alrededor, sino que además puede proyectarse vibratoriamente para comunicarse y unirse con seres como él, así como también con otras formas de vida. Descubrir otros espacios, otros planos de conciencia y otras dimensiones.
¿Cuáles son las fuentes de desequilibrios que no nos permiten manifestar nuestros poderes de sanación?
La capacidad del ser para sanarse está asociada a su disponibilidad para transformar sus estados interiores, para redefinir sus ideales, para abandonar ciertas creencias y para modificar sus comportamientos y actitudes. Haciendo estas transformaciones no solo estimularemos la sanación de los tejidos, órganos y sistemas afectados sino también facilitaremos el proceso continuo de regeneración celular.
Y ahora sí, examinemos las causas de los desequilibrios, sin poner juicios ni culpabilidades para con nosotros mismos. Estos desequilibrios pueden darse en el individuo o en la colectividad y tienen múltiples causas vinculadas con la vida actual de la persona, con su historia en una serie de encarnaciones (su karma) y con la historia y el estado actual de la humanidad.
Es por esto que la sanación del individuo no es algo aislado, sino que está involucrada, muchas veces, la colectividad en su conjunto. Por eso muchas veces en la sanación del individuo está involucrada la colectividad y más aún la sanación de la Tierra entera y sus formas de vida.
Primera fuente de desequilibrio
La necesidad de reconocimiento y los miedos. La necesidad de reconocimiento no satisfecha es la fuente de todos los males, desequilibrios físicos, emocionales o mentales. Nace de la sensación de separación, de división, de abandono. Cuando el feto es concientizado por la vibración alma-espíritu, la fusión de la luz con la carne provoca un estallido estático y la sensación del cuerpo denso y limitado provoca una sensación de contracción en la materia, de separación del universo vasto, infinito y sutil. De aquí nace la necesidad de reconocimiento de que es y forma parte del Todo. Es en sí una necesidad de unión. No se trata aquí del reconocimiento que necesita la personalidad, como el hecho de ser incentivados a desplegarse en un entorno competitivo, que fomenta la consecución de metas y crea la comparación y oposición entre los individuos. Otros buscan ser reconocidos por su imagen, de su ego. Sin embargo, este tipo de reconocimiento no satisface jamás la necesidad existencial de reconocimiento. La búsqueda del Ser es más un reconocimiento de su naturaleza universal y de su derecho a existir. Este reconocimiento es una verdadera expresión del amor.
Resulta paradójico observar cómo cada cual se esfuerza en ser amado por lo que es y no por lo que hace, mientras intenta, hacer lo que cree que debe hacer para ser amado. Esto representa una llave para la comprensión de lo que crea el desequilibrio y favorece el equilibrio, la salud y la alegría.
Esta necesidad de reconocimiento existe incluso antes del nacimiento. Es una necesidad universal, es una necesidad de sentir que es recibido como miembro de la gran familia de las almas del universo.
Ese primer reconocimiento es esperable de parte de la madre, ya que ella desempeña el papel inicial de recibir física y espiritualmente al niño. Debe recibirlo reconociendo su fuente y su individualidad y deberá velar por qué mediante la mirada de reconocimiento de ella, el recién nacido se reconozca a sí mismo. Y así es como luego el individuo busque ese reconocimiento tanto de su familia biológica como de parte de sus amigos, colaboradores y de los Maestros de Luz que lo guían.
Este reconocimiento no podrá obtenerse totalmente del exterior si no está primero obtenido internamente. El hecho de aceptarse a sí mismo. A través de la madre el niño se relaciona con la humanidad entera e inconscientemente busca una autorización para amar lo que él es. Esta comprensión le permitirá reconocerse a sí mismo y a partir de ahí aceptar la encarnación y la individualidad.
Por lo tanto, los poderes de sanación no podrán despertarse sin el amor de uno a sí mismo. El ser debe aceptar sus verdaderos dones, sus verdaderas cualidades, así como su verdadera pulsión de vida, de la manera que ella busca expresarse.
Mientras el ser no esté en armonía consigo mismo, mientras no se autorice para responder a lo que lo hace vibrar, todo camino de sanación será parcial, incompleto y no podrá conducirlo a la salud real. En tanto esté separado de sí mismo y niegue u oculte, consciente o inconscientemente, el hecho de ser lo que es y de expresarse según su pulsión de vida, padecerá insatisfacciones profundas.
La necesidad de reconocimiento no satisfecha de su existencia real, tanto en el universo como en la tierra, está en el origen del miedo existencial y del miedo fundamental del ser. El miedo a dejar de existir, por eso tememos morir, el miedo a la noche o al sueño y la resistencia a meditar, es en sí el miedo a la disgregación en el Todo. El miedo fundamental es el miedo a no cumplir el mandato de encarnación. Esto provoca desequilibrios para el ser, tanto física como psíquicamente.
Segunda fuente de desequilibrio
El conflicto con uno mismo y el conflicto con los demás: los seres humanos en su inmensa mayoría somos portadores de un conflicto que nos hace tener la impresión de que el tránsito por esta tierra es una prueba dolorosa con vistas a prepararse para un mundo mejor. Este conflicto interior influye en las relaciones entre los humanos y hace que la vida parezca limitada, y de ahí la dificultad para acceder a la magnificencia de este universo, como si estuviéramos aprisionados. Esto nos hace padecer contracciones que se transforman en desequilibrios y enfermedades.
¿Cuál es la causa?
Antes del nacimiento, en el momento de la concientización, la sensación de su naturaleza universal y de su esencia individual se graba en las células. O sea que queda grabado en las células su mandato para la presente encarnación, o sea, lo que ha venido a hacer y a realizar en la tierra para colaborar con la evolución universal y vivir una alegría pura.
Cada uno llegamos impregnado de una esencia propia. Cada uno sentimos una pulsión para desplegarse según sus dones en un camino que lo haga vibrar en el gozo y el amor. Don: aspecto del ser que le hace expresar una alegría espiritual profunda, no una facultad excepcional. Es lo que a él le corresponde ofrecer a la gran obra colectiva.
Tras el nacimiento las grabaciones de recuerdos kármicas se manifestarán inevitablemente en la forma de contracciones, de miedos y de inseguridades, todo lo cual es el resultado de interpretaciones, en diferentes niveles, de las experiencias del pasado. Por lo tanto, el ser, aunque sea movido por una esencia que le es propia, sufrirá la influencia de esas cargas kármicas, además de las influencias de su ámbito familiar, educacional, social, religioso, económico, político, etc, que afectará su necesidad de reconocimiento.
Hay pues a la vez una pulsión de vida creativa y unos miedos. El individuo tiene necesidad de un reconocimiento de lo que él es verdaderamente, un ser de Luz encarnado, y sus experiencias del pasado lo apartan de eso que él es. La influencia del entorno puede aminorar o aumentar esa distancia y eso crea un verdadero conflicto interior.
Cuanto más unido este el Ser a lo que él es verdaderamente, más podrá desplegarse y sentir la fuerza de la energía universal dentro de sí y más podrá dejar que se disuelva el pasado. Renacerá y recuperará su estado verdadero de ser de luz encarnado. Sin embargo, la magnitud de las grabaciones y de las influencias podrá apartarlo un tiempo de su esencia verdadera. Así, en vez de desplegarlo en lo que es, buscará más el reconocimiento del entorno y se negará a sí mismo.
Comprendan bien. Es sano para un individuo integrarse con el entorno. Eso también está en su naturaleza. Es también natural aspirar a ser amado y amar en una búsqueda de integración en varios planos. No obstante, si para lograrlo el ser reniega de sí mismo, entonces padecerá frustraciones en vez de satisfacciones profundas. Tendrá expectativas, dependencias y esto lo llevará a la tristeza o a la ira, a reacciones ante sus insatisfacciones. Su necesidad de reconocimiento quedará insatisfecha, y el miedo a no estar unido irá en aumento y se manifestará en diferentes formas de inseguridad. Buscará sentir seguridad a través de la posesión o mediante el poder y el control sobre los demás.
Sus frustraciones se manifestarán a través de la tristeza y todo un conjunto de emociones, y ellas afectarán su cuerpo físico, crearán contracciones y estorbarán el movimiento natural de la energía en él.
La distancia entre lo que ha llegado a ser y lo que tiene potencialmente capacidad para crear generará frustraciones y una baja del ritmo vibratorio, tanto en el plano mental como en los planos emocional y físico. Esto quebrantará la fuerza creadora, además de llevarlo a malestares físicos o psíquicos.
Así es como el ser se sabotea negando su esencia o rehusándose a relacionarse con esta para desplegarlo. A menudo es inconsciente de ello, debido a la magnitud de las cargas, de las grabaciones y las influencias del entorno. El conflicto se define a través de la oposición o distancia entre su pulsión natural y lo que él expresa en la existencia. Anhela tanto ser amado que oculta lo que es verdaderamente para mostrarse como él se imagina que los demás esperan que él sea. Puede durante décadas, alimentarse así de ilusiones y tener la impresión de que su vida le da satisfacciones: afectivas, sociales, profesionales, alimentarias, deportivas, culturales. Una vida de ilusiones de felicidad.
No obstante, interiormente, el sigue sintiendo su pulsión profunda, la cual crea un malestar, que es la expresión del conflicto dentro de él. Lo intentará esquivar, consciente o inconscientemente se juzgará a sí mismo. Hará un esfuerzo continuo por dar un sentido a su vida. Podrá experimentar depresiones, desbordes emotivos y tensiones en el cuerpo físico.
Así el conflicto interior es generado por el no-respeto a la vibración del alma, una vibración que los guía en su movimiento creador. Cuando el individuo es y hace lo que cree que debe ser y hacer por complacer al entorno, no es la expresión del Yo Soy verdadero, del ser de Luz que es, sino una creación artificial que responde a una estructura ilusoria, un personaje.
Cuando la energía pura no está en circulación libre, es porque la personalidad, el personaje y todas las necesidades del ser la bloquean. Los estallidos de ira o de tristeza son reacciones cuyo sentido es tan ilusorio como lo que los origina,
Si el ser no solo experimenta el conflicto, sino que también está en la ignorancia de este, sin posibilidad alguna para observarlo, desarrollará una propensión importante a estimular la degeneración celular. Por ejemplo, el cáncer que es explicado por causas exteriores, es frecuentemente un efecto de este conflicto interior. La degeneración celular es un proceso natural de envejecimiento, las células se destruyen y se vuelven a crear, pero las frustraciones nacidas del conflicto interior aceleran el proceso y causan malestares.
Especialmente se verá afectada la región del hara, y las glándulas y órganos asociados, región donde se encuentra la pulsión creadora.
El conflicto con los demás
Con el objeto de encontrar satisfacciones, el ser se dirige a otros con la esperanza de que respondan a sus expectativas de bienestar y, aunque encuentre ayuda sus expectativas verdaderas quedan sin respuesta satisfactoria. Su frustración dará lugar a conflictos con el entorno, pues justificará sus conflictos atribuyéndolos a causas exteriores. Esto le causará grandes emociones que, expresadas o no, generarán desequilibrios emocionales, mentales y físicos.
Y aquí vienen las compensaciones en un intento de reducir las insatisfacciones, a menudo, inconscientemente. Pero estas no colmarán sus necesidades de reconocimiento. Así se inclinará al alimento, droga, sexo, deporte extremo, trabajo, etc) podrán darle la ilusión de una satisfacción. Esto le traerá más desequilibrio físico y psíquico.
Tercera causa de desequilibrio
La vulnerabilidad y la autodestrucción: estos desequilibrios ya comienzan en los niños al desarrollarse en el ámbito de vida de estas sociedades, en función de la evolución de esta humanidad, graba inconscientemente el hecho de que resulta difícil ser uno mismo. Graba que está obligado a uniformizarse y adaptarse a una forma de vida que no está en su naturaleza profunda.
Pero hay que recordar que el ser se ha creado a sí mismo y por lo tanto tiene la posibilidad de recrearse a partir de todas sus capacidades energéticas, de sus poderes de sanación y de creación.
Pero hay que saber que la pulsión de vida en él es tan fuerte que, si la respuesta obtenida no es satisfactoria se inclinará a la autodestrucción. Es reencontrándose en complicidad con esta pulsión de vida que se despliega como el individuo va no solo a sanarse, sino descubrir un recorrido hacia el gozo real, hacia el amor y la realización de su ser.
Las eventuales presiones de la familia y de la sociedad hace que el ser se torne vulnerable. Entendiendo por vulnerabilidad a una fragilidad ante eventuales oposiciones o intrusiones.
La vulnerabilidad en cuanto a sus verdaderos poderes de sanación se deriva: primero de las dudas del individuo respecto de su naturaleza universal y de sus temores a no estar a la altura, temores que son un efecto del no-reconocimiento. Luego del hecho de no autorizarse a estar en la sensación de sí mismo, lo que impide la intensificación de su ritmo vibratorio y del campo magnético, No ha sabido amarse profundamente para soltar todas las formas de negación, de culpabilidad y de juicio. También la dificultad para sentir alegría. Por lo contrario, es el estado de gozo amoroso el que está en el corazón del remedio para la sanación.
Otro el apego al desequilibrio, a la herida. Puede parecer chocante pero el hecho que una persona encuentre un beneficio en su malestar, a menudo inconscientemente, impide la sanación. Para poder hacer una verdadera transformación a partir de esto es necesario tomar plena conciencia del beneficio asociado a su desequilibrio, o a sus elecciones. Preguntarse ¿qué alegrías o pequeñas satisfacciones, que diminutos gustos, incluso efímeros, encuentro en la enfermedad, en el desequilibrio o en su causa? ¿Será tal vez la atención de los demás, la ayuda que me hace sentir menos solo? Para otros en cambio, el malestar se convierte en una razón para alejarse, por su incomodidad de permanecer en comunidad. Esto no se aplica a todos, pero ilustra la noción de “beneficio del malestar”. Si identificamos los beneficios permitimos desapegarnos de la enfermedad. Mientras no identifiquemos los beneficios del desequilibrio, tendremos dificultades para desapegarnos de él. También puede haber una resistencia a descubrirlos. Así el apego al desequilibrio es un indicio de los beneficios que éste oculta.
La vulnerabilidad deriva también de la voluntad de sanar sólo físicamente. Ahora bien, el desequilibrio físico es la consecuencia de un desequilibrio emocional, psíquico. Tal elección puede provenir de la ignorancia, la resistencia asociada a la culpabilidad o del miedo a los cambios necesarios. La intención de sanar físicamente debe estar acompañada a una intención de comprender lo que él debe transformar en el plano psíquico. Se debe estar disponible para modificar actitudes, estados de ser y comportamientos. La no disponibilidad para el cambio es un freno importante en el proceso de sanación física.
El hecho que muchas veces la enfermedad provenga de grabaciones genéticas y de recuerdos kármicos (enfermedades hereditarias o malformaciones). No obstante, esto no debe justificar una actitud de víctima ni una pasividad relativa a la utilización de los poderes de sanación. La enfermedad no pertenece al individuo, sino a una interpretación y una creencia grabadas en él.
Esta es la razón por la cual, durante el proceso de sanación, el individuo puede ser llevado no sólo a tomar conciencia de una grabación interna sino también a reencontrar dentro de sí la energía para cambiarla y no resistirse al cambio.
La vulnerabilidad procede también de los deseos que suelen ocupar un lugar importante en el proceso de sanación, ya que estos producen un cortocircuito en su verdadero poder. Al creer que la satisfacción de sus deseos lo hará feliz, el ser otorga el poder ilusorio a esos deseos.
Estos deseos hacen que esta humanidad quede prisionera de la tercera dimensión. La humanidad está perdiendo sus poderes espirituales en beneficio de sus deseos, que está totalmente sumergida en el océano de la emotividad. Sus miedos e inseguridades los conducen a la búsqueda de posesiones, de poder, y a una forma de dependencia.
Todo esto genera vulnerabilidad, genera desequilibrios y neutraliza un verdadero proceso de sanación.
El ser puede sanarlo todo, pero ¿lo hará? Su capacidad de sanación no puede ser evaluada sino a través de su capacidad energética. La sanación relaciona todos los aspectos del individuo: físico, emocional, mental, energético y espiritual.
Su vulnerabilidad energética y psíquica conduce a una vulnerabilidad física, es decir, a un debilitamiento de su sistema inmunológico. La falta de respeto por el medio ambiente provoca transformaciones de la fauna y de la flora, aumento de la tasa de humedad que da lugar a la proliferación de nuevos microbios y microparásitos. Debemos transformar nuestros estados interiores para responder a estas intrusiones y recuperar nuestros poderes.
El ser que está en el corazón de un proceso espiritual conducente a la maestría, que conoce sus desafíos kármicos, así como los diferentes modos de sanación energética, debe concretar los cambios de estado, de actitud y de comportamiento para lograr una regeneración total de su ser. Esto es parte integrante de sus poderes.
La cuarta causa de desequilibrios son las emociones
La experiencia de encarnación en la tercera dimensión está asociada a las emociones. Es necesario comprender lo que es la emoción y cuál es su papel, en vez de caer bajo su yugo.
La emoción es una sensación, el fruto de una interpretación de la mirada. Ella no es creada por la experiencia. Su registro es función de las creencias, los conocimientos y los valores grabados en el individuo. La emoción es creada por éste. Es la interpretación que le damos a un acontecimiento. No se debe confundir las emociones con los sentimientos nobles de la alegría o de la paz del alma.
Así la interpretación que hace nacer a la emoción puede ser ilusoria, ya que depende de una visión limitada de la realidad. En la comprensión espiritual del trabajo con uno mismo, la emoción que genera incomodidad, o incluso dolor está creada a partir de una herida o de una contracción ya existente. Ella lo conduce hacia grabaciones que hay en él que es preciso iluminar y reinterpretar según una perspectiva más universal. Ella lo ayuda a tomar conciencia de sus sombras.
Una emoción de ira o de tristeza, porque sus amigos han olvidado su cumpleaños, revela un aspecto de su dependencia. La emoción puede también conducirlo a reconocer y develar aspectos de sí que simplemente lo instan a vibrar más intensamente. Por ejemplo, una emoción de alegría al escuchar un poema leído por un niño puede revelarle un aspecto de su ternura.
Todas las emociones provocan inmediatamente una sensación, experimentada en el cuerpo físico, un desequilibrio emocional y fisiológico. Generan calor y una transformación de la sangre y de todos los líquidos del cuerpo. Cuando la emoción es exteriorizada y comprendida, los cuerpos ser regularizan naturalmente.
Las emociones fuertes y desagradables crean un debilitamiento debido a las reacciones químicas que ellas desencadenan en la sangre. Pueden tener efectos nocivos en varios órganos, particularmente el corazón y el hígado, así como el bazo, el páncreas y los pulmones. Las emociones no expresadas y no comprendidas pueden provocar estancamientos energéticos y sanguíneos que afectan órganos, tejidos y células. Crean también una contracción importante del sistema nervioso central y periférico y la incomodidad psíquica que las acompaña.
Obviamente, las emociones dolorosas están creadas por el ser que lleva dentro de sí expectativas nacidas de su necesidad de reconocimiento no satisfecha o de su esencia no expresada. Ellas serán la fuente de desequilibrios posiblemente mayores como el cáncer
Las emociones son una maravillosa herramienta para el ser en el camino de la maestría. Ellas le permiten develar las interpretaciones, las creencias y las programaciones limitativas que lo vuelven más denso y bajan su ritmo vibratorio. Si, en cambio el ser se nutre de ellas, terminarán destruyéndolo.
Otras fuentes de desequilibrios
Otras fuentes de desequilibrios que veremos más adelante: la alimentación y el entorno natural.
Alma y personalidad (del libro Ho´oponopono de Lili Bosnic capítulo 7)
El alma y la personalidad
Los seres humanos estamos formados por dos componentes: el alma y la personalidad. El alma es esa fuerza invencible e inmortal que vida tras vida reencarna buscando aprender, transformar los defectos en virtudes, alcanzar la plenitud de su realización en el amor. Hasta llegar el punto en el cual retornar a la tierra sólo tenga el sentido de ayudar a otras almas a evolucionar. En muchas visiones espirituales, ese momento se llama “iluminación”.
Por su parte, la personalidad (cuerpo y psiquismo) es la herramienta de la cual se vale el alma para hacer posible su vida en la tierra. Cuando el alma encarna lo hace en una personalidad que se ajusta, en todo, a la labor que le toca hacer en cada oportunidad.
Nada queda al azar. Los padres que tenemos, el sexo, el lugar de nacimiento, la familia donde nacemos e incluso los traumas infantiles que nos abruman son elecciones del alma que garantizan que nuestro trabajo se lleve a cabo.
Esto supone cambiar el concepto que la psicología brinda de la personalidad. Sea cual fuere la teoría que consideremos, la personalidad es el resultado de una mutua interacción entre lo que traemos al nacer y las experiencias de la vida. De alguna manera, esto supone decir que la personalidad es el fruto de una historia.
Sin embargo, para la espiritualidad que estamos sugiriendo, la personalidad es una estructura que el alma elige y que la Divinidad otorga, como el instrumento más apto para que el alma haga su aprendizaje.
El alma y la personalidad poseen intereses opuestos y muchas veces su relación se asemeja a la de un matrimonio mal avenido: discusiones, peleas, desacuerdos.
Ocurre que cada lección que el alma desea incorporar en su evolución se hace palpable a la conciencia de las personas como emoción. De modo que, si el alma debe aprender el desapego, la personalidad necesita experimentar el afecto adecuado para esta instrucción, que en este caso es la tristeza. La persona se verá sujeta a pérdidas que la lleven a vivir el dolor de la aflicción y la pena.
Es posible que entonces la personalidad se diga a sí misma ¿Qué culpa tengo yo que el alma tenga que aprender el desapego? ¿Por qué padecer esta tristeza? Una consecuencia es que la personalidad se resista, se rebele y se niegue a convertirse en el escenario de la tarea del alma. En muchas oportunidades la enfermedad física o psíquica es fruto de este escenario. Solo cuando la personalidad se alinea con los intereses del alma y se sujeta a sus mandatos se logra la armonía interior.
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