1 Así habla el Dalai Lama en su libro “La Meditación paso a paso”:
Los discípulos del Buda, o sea, aquellos seres que siguen sus enseñanzas y las practican para llegar a la Iluminación, son grandes seres que imbuidos de una fuerte motivación y movidos por la compasión, hacen el juramento de alcanzar la omnisciencia por el bien de todos los seres.
A partir de esta determinación desarrollan el Espíritu del despertar
Pero ¿qué es la compasión? La compasión es un sentimiento de tristeza que produce el ver padecer a alguien y que impulsa a aliviar su dolor o sufrimiento, a remediarlo o a evitarlo. La compasión es un estado de la mente mediante el cual se atiende a los seres sufrientes y se anhela liberarlos del sufrimiento, liberarlos de su aflicción.
La compasión es el Dharma y para lograrlo primero tenemos que poner fin a nuestras visiones egocéntricas.
Y a partir de aquí comienza la preparación la cual comprende las seis perfecciones. Y como la compasión es fuente de la omnisciencia debemos practicar esta desde el principio. Esto quiere decir que la compasión es una causa esencial de la omnisciencia, aunque también deben existir otras causas y condiciones.
Sobre la base de la compasión se engendra el espíritu del despertar y aquí hay un compromiso en desarrollar las actividades de un Maestro, alcanzando así el despertar.
Como corolario podríamos decir que sin compasión no se puede cultivar el supremo espíritu del despertar, que procura más cuidado al prójimo que a uno mismo. Sin esta actitud altruista es imposible practicar las actividades de un Maestro tales como las seis perfecciones y, por supuesto, será imposible consumar el estado de omnisciencia.
Los que llegan a la condición de Buda ya han logrado su propio fin de llegar a la omnisciencia. Sin embargo, permanecen en el ciclo de las existencias tanto tiempo como permanecen los seres. Esto es así porque están imbuidos de una gran compasión. Así que no entran en la morada beatífica del Nirvana. La gran compasión es la causa del nirvana no estático de los Buda.
Otra causa o condición que hay que desarrollar para alcanzar la omnisciencia, es decir la iluminación, es la Ecuanimidad, fuente del amor benévolo.
La ecuanimidad se refiere a mantener una actitud equilibrada y constante a lo largo del tiempo, más allá de las circunstancias que nos rodean, bien sean positivas o negativas. Es intentar actualizar la imparcialidad respecto de todos los seres, eliminando el apego y el odio.
Imparcial es aquel que no se inclina o favorece ninguna postura o idea.
El entrenamiento de la atención, la concentración y la visión profunda —en eso consiste la meditación— ayudará a evitar que las emociones extremas anulen tu juicio y tomen el control de tus reacciones. Por supuesto que sentirás las emociones, pero no serás su esclavo. Esa es la diferencia.
Entrenar la ecuanimidad no suprime tus emociones, sino que te permite relacionarte con ellas de una manera más libre y sana.
Para meditar sobre la compasión, es necesario comenzar la práctica meditando sobre la ecuanimidad.
Debemos además engendrar un pensamiento benévolo. La bondad de una persona está en relación directa con la fuerza y la calidad del pensamiento benévolo que ésta cultiva.
La gente que tiene compasión es amable con los demás y su naturaleza agradable atrae a todo tipo de amigos.
Para ilustrar la bondad podemos dar algunos ejemplos. Solo basta con que uno sonría para que haga brotar la alegría en el corazón de los demás sin que le cueste nada. A menos que seamos apacibles y poseamos un corazón alegre, no tenemos ninguna garantía de hacer amigos, ni siquiera si poseemos una gran fortuna. Cuando somos competitivos y agresivos, nos resulta difícil obtener ventajas.
Por el contrario, los que están interesados en ayudar al prójimo tienen la paz y la alegría en su alrededor.
Así pues, debería quedar claro que un corazón benévolo y una actitud compasiva constituyen los fundamentos de la felicidad, tanto para los demás como para uno mismo.
Pero no solo el budismo sino todas las doctrinas espirituales enseñan a que seamos buenos seres humanos, a ejercitar la paciencia y a desarrollar una actitud altruista.
Así pues, el budismo enseña una técnica para meditar sobre la compasión.
Por un lado, necesitamos desarrollar el amor benévolo respecto de los seres sufrientes y, por otro debemos identificar la naturaleza del sufrimiento.
Manteniendo la mente en estos dos puntos y concentrándola en infinidad de seres, estaremos en condiciones de engendrar un poderoso anhelo: que todos consigan liberarse del sufrimiento y de sus causas. Deberíamos iniciar el proceso intentando desarrollar el amor benévolo hacia los seres hundidos en la aflicción y para alcanzar este objetivo se enseña la meditación sobre la ecuanimidad.
Si examinamos nuestro funcionamiento ordinario nos daremos cuenta que dividimos a los seres en tres grupos: aquellos con quienes nos sentimos próximos, aquellos por quienes sentimos aversión y aquellos que nos resultan indiferentes.
Consideramos a algunos seres amigos íntimos y cercanos y mantenemos a otros a distancia, con la idea de que nos han hecho daño, a nosotros, a nuestros amigos, a quienes nos resultan cercanos, o que nos han robado nuestras posesiones en el pasado, que lo hacen en el presente o que lo harán en el futuro. Con tales pensamientos generamos aversión contra esos seres.
En tales condiciones, incluso si hablamos de cultivar la compasión para con todos los seres, en realidad, en tanto que pensemos en nuestros propios intereses, nuestra compasión por el prójimo resultará restrictiva y superficial.
Para poder engendrar una verdadera compasión hacia todos los seres, primero debemos desarrollar una actitud de ecuanimidad, un pensamiento imparcial que considere a todos los seres con equidad.
Hay que reconocer también que, aunque nos sintamos próximos a nuestros amigos y parientes y seamos en general buenos con ellos, esta bondad adolece de apego y sentido de posesión. Detrás de nuestra aparente amabilidad se agazapa un motivo egoísta.
¿Qué significa cuando se habla de una bondad verdaderamente compasiva? La compasión es esencialmente la preocupación por el bienestar del prójimo, por su felicidad y por su desdicha. Los otros desean tanto como nosotros evitar el sufrimiento. Así una persona dotada de compasión se siente concernida cuando los otros padecen sufrimientos y desarrolla una acción positiva para liberarlos de ellos. Es importante no confundir apego con compasión. El apego está en relación directa con la creencia errónea de una existencia real. Un pensamiento compasivo tiene como móvil el deseo de ayudar a los demás a liberarse del sufrimiento.
A grandes rasgos, existen dos técnicas principales para desarrollar la ecuanimidad. En la primera, reflexionamos sobre la incertidumbre de las relaciones humanas, sobre la no permanencia y el sufrimiento, y consideramos cuánto de fútil hay en ligarse a unas personas, odiando a las demás.
Según la segunda técnica, al ver que todos los seres son idénticos, en el sentido de que todos desean obtener la felicidad y liberarse del sufrimiento, intentamos desarrollar una actitud imparcial respecto a todos los seres, al desear la felicidad de todos los seres.
Empezamos la meditación sobre la ecuanimidad y adentrarnos realmente en un estado mental que considere a cada uno con equidad, puede ser eficaz meditar sobre individuos en particular: primero empezamos la meditación sobre la ecuanimidad pensando en una persona que nos sea indiferente, que no nos haya hecho ni bien ni mal, un extraño; después reflexionemos sobre una persona que nos haya hecho bien, nuestro amigo y por último sobre los que consideramos nuestros enemigos, alguien que nos haya hecho daño en esta vida.
Cuando examinamos la respuesta usual y automática de nuestra mente, advertimos que, a propósito del enemigo, el ego piensa: es mi enemigo, se irrita, se llena de resentimiento u odio. Pensando en el amigo el ego se siente sosegado y a gusto, y respecto del extraño, no siente ni irritación ni placer;
Las razones son superficiales y no se fundan más que en la mezquindad y el egoísmo. Estamos ligados a nuestros amigos y a las personas próximas a causa de las ventajas temporales que nos proporcionan en la vida. Odiamos a nuestros enemigos a causa de algún mal que nos han infligido.
Ahora bien, no nacemos teniendo amigos, sino que trabamos amistad con las personas bajo determinadas circunstancias. Nuestros enemigos tampoco han nacido hostiles a nosotros. Nuestro amigo de hoy puede convertirse mañana en nuestro enemigo y viceversa. Por estas razones la animosidad hacia nuestros enemigos y el apego hacia nuestros amigos no hace más que revelar la estrechez de miras de nuestra mente, que no puede considerar más que algunas ventajas temporales y fluctuantes.
Por el contrario, si se consideran las cosas desde una perspectiva más amplia, con más clarividencia, la ecuanimidad va despuntando en nuestra mente y nos permite ver lo inútil y de poca importancia que es la hostilidad y el deseo tenaz.
Cuando gracias a una meditación prolongado hayamos conseguido equiparar nuestros sentimientos respecto a los tres individuos (el amigo, el enemigo y el extraño) ampliemos la perspectiva de nuestra meditación a nuestros vecinos, a nuestros conciudadanos y a nuestros compatriotas. Finalmente desarrollemos nuestra meditación hasta incluir a todos los seres que pueblan el mundo.
El hecho de comenzar con individuos particulares es un método eficaz para desarrollar una perfecta ecuanimidad. Si empezamos a meditar sobre un gran número de seres, nuestra práctica de la ecuanimidad quizás nos parezca más justa, pero, cuando nos enfrentamos a individuos particulares comprobaremos que hemos ganado muy poco terreno.
Recordemos las enseñanzas de Jesús en el sentido de amar a nuestros enemigos.
Luego, en este encuentro, realizamos una meditación guiada con el objeto de ayudarnos a meditar sobre la ecuanimidad.
1 Extraído del libro del Dalai Lama “La Meditación Paso a Paso” La reconciliación con el Espíritu
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